sábado, 6 de julio de 2013

Sucedido







             A las doce y pico llegan las enfermeras, despertándome de esa duermevela hospitalaria de butaca al lado de la cama. “Nos la llevamos para arriba, a cuidados intensivos”, “Ok”, sabíamos que podía pasar, porque tenía un poco de fiebre, “yo voy con ustedes”. “No, venga dentro de una hora porque tenemos aún que prepararlo todo” y ese todo arrasó con la poca resistencia racional y contenida que intentábamos mantener.

“¿Todo?¿qué es todo?” pero ya sólo oí la respuesta sin enterarme de nada….

Una hora, bien. Eso significa a la una y cincuenta, aquí una hora es una hora y no un rato. Sin rastro de sueño me fijo en el reloj y empiezo a calcular las vueltas y los ángulos que han de girar cada una de las agujas para poder subir a la planta de arriba. Sin sueño pero con la cabeza aún entumecida voy despejándome al ritmo del segundero rojo.

De repente se para. ¡Joder! ¡Se ha parado justo ahora, mierda!... pero el minutero sigue avanzando, más o menos grado a grado, seis veces se movía antes por minuto. Para el que crea en señales misteriosas esto no debe ser un buen augurio pensé, y yo, para no ser de los que creen, estaba acojonado.

Al minuto y medio el segundero arrancó y dio una vuelta completa en un instante como queriendo recupera el tiempo perdido, más o menos el mismo tiempo que tardé en comprender que el reloj, uno de cocina cualquiera sin cables de ningún tipo, está controlado por señal de radio, y a las 1:00 Uhr de cada día se resetea y pone en hora atemorizando por segundos a los incautos inocentes que en esos momentos lo están mirando.