miércoles, 26 de mayo de 2010

Mares adentro

He iniciado una larga marcha esteparia despojado de la piel del lobo. Praga ha sido la última parada sobre suelo europeo. Por mucho que se empeñe la UEFA, Bielorrusia, Ukrania, etc.. tienen una idiosincrasia distinta aunque con parentesco lejano como ocurre con los primos de los abuelos que nunca emigraron a Buenos Aires.

En realidad las aldeas no difieren tanto de las de la región de Brno. Sin embargo la gente mira de otra manera, coloca la boca de una forma difícil de interpretar. Y el espacio, a la par que la atmósfera, se vuelve más espeso . Los desplazamientos dejan de ser fruto del capricho y se convierten en un plan que exige al mismo tiempo organizar los horarios y no obsesionarse con los horarios. Los motores de los autobuses -similares a los que nos llevaban al colegio- vibran en las cuestas arriba y, cada vez que el conductor embraga para cambiar de marcha, da la sensación de que caemos por el vacío. Después vuelve la ronquera de los cilindros y la tranquilidad del sopor.

Trato de imaginar el mar de Aral con su ejército de cascos fantasmas, de mástiles fantasmas, de tripulaciones fantasmas. No logro percibir sus olores fantasmas. Me entran dudas sobre su categoría de mar. Quizás le otorgaron ese rango por pura necesidad o por intuición de los oriundos de la meseta reseca e inacabable. Hay algo que nos empuja hacia al mar o, si no nos es posible alcanzarlo, a inventarnos un sustituto para calmar la extrañeza de su lejanía.

Enfrascado en estos pensamientos recibo una visita de las más deseables: la curiosidad que me inquiere:

¿Cuás será el punto del planeta más alejado del mar?

¿Habrá caracolas en sus montes como ocurre en Villargordo del Cabriel?

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