domingo, 30 de octubre de 2011

II.- La Ciudad Invisible

Para mí es adictivo este cambiar de sociedades cada temporada, lejos de provocarme inseguridad me parece emocionante, la emoción de lo desconocido tiene mucha potencia y tapa con braniz de novedad la realidad, que esconde las mismas miserias en todos sitos. Te libera además de cierta responsabilidad social que tenemos todos en esa escala local, a medio tamaño entre el vecino de enfrente y la nacionalidad de uno.

Tomaba por tontos, y sin dejar de hacerlo del todo, admiro y envidio ahora a aquellos que se mantuvieron en el lugar,geográfico o emocional.
Ese aficionado del Levante, equipo "pobre" de Valencia, que siempre fue del Levante, cuyo padre era del Levante e iba todo los domingos a ver jugar al Levante, en segunda o en tercera... ¡que estupidez! y a la vez que satisfecho estará estos días, podrá mostrar un (¿estúpido?) orgullo o una alegría para mi vetados.

[Cuando escuchaba aquel programa de Radio3, "La Ciudad Invisible" siempre tuve clara mi respuesta a lo que cada invitado describía como su ciudad ideal (...sin coches, con muchos teatros sin mar o en la montaña...). La mía, mi ciudad ideal es aquella desconocida, la que al llegar a la esquina va a sorpenderme al girar porque nunca he andado por esta calle.]

Me intento justificar pensando que aquellos que no cambiaron de barrio ni de equipo no tuvieron más remedio, y si ahora encuentran la alegría la tienen merecida por los malos tiempos anteriores, y que en cualquier caso serán minoría con respecto a todos los demás que no tuvieron suerte y siguieron años y años apoyando al equipo perdedor...

Ese es de nuevo el punto de vista externo, del observador desapegado y analítico del que olvida que uno puede modificar su realidad además de escaparse cambiando de escenario.

Olvidemos la comparación barata con el fútbol. Tenemos un ejemplo dramático y magnífico. Felicidades a todos los que se quedaron contra el miedo en el Pais Vasco, sobre todo porque pudieron irse y no quisieron.

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