Finalmente llegué a Suiza. Me encontraba cansado, terriblemente entumecido, con esa sensación de no tener claro si no había dormido nada o había dormido demasiado y el estómago disgustado después de las comidas de cafetería de autovía siempre bañadas en mayonesas de dudosa honorabilidad y bebidas gaseosas de todos los colores. Estuve tentado de meterme en el primer hotel, pero decidí dar una vuelta. La ciudad mostraba el mismo aspecto que todas las ciudades de Suiza que conozco; bien podría estar en Lausanne, en Ginebra, en Zurich o en Lucerna. No sentía un especial interés y estaba cansado por lo que decidí sentarme y pensar en mis últimas horas que al mismo tiempo eran mis primeras horas de viaje.
Me percate de que estaba contento y lo atribuí a la sensación de haber llegado a algún lugar. Si hubiera viajado en avión mis primeras pisadas hubieran carecido de contenido; sales del aeropuerto con el sentimiento de haber pasado unas horas en un puro trámite y que todo comienza en ese momento. Los kilómetros te curten, te muelen los huesos pero te regalan una experiencia. Te conceden paisajes que quizás nunca más vuelvas a ver y en ocasiones también conversaciones.
De todos los afectados por la nube de ceniza sólo había un rostro que mostraba placidez. Me senté a su lado y comenzamos a conversar. Me contó que tenía un miedo atroz a los aviones y que la cancelación del vuelo le había supuesto un gran alivio. Me explicó que antes no los temía. Una buena noche no sabe todavía por qué, en el momento ese exacto del sueño en que la mente empieza a liberarse del consciente, se despertó sobresaltada. Había pasado por su mente una imagen de un avión precipitándose pero no le dio excesiva importancia. Sin embargo día tras día el recuerdo fue haciéndose presente cada vez con mayor asiduidad. Cuando tuvo que coger un vuelo comprendió que ya no controlaba la angustia y sintió por primera vez la sequedad de boca de lija. Desde entonces cada viaje en avión es un suplicio y cada vuelo no realizado como si le regalaran la oportunidad de seguir viviendo.
Me dejó pensando. Yo me veía con mi mochila, mis pantalones recién comprados en una gran superficie y mi cuaderno prácticamente en blanco y sentía que el miedo era algo ajeno. En mi recién estrenada condición de viajero me sentía inexpugnable, íntegro, capaz de convertir cualquier contratiempo en una aventura, el riesgo en una anécdota, la enfermedad en un tributo...y así sigo pensando pues si no, no lo escribiría.
Mi idea es partir pronto hacia mi destino inicial. Iba a mirar billetes de avión porque es más rápido, pero no tengo prisa. Iba a comprarlo porque es menos incómodo, pero no tengo claro que la búsqueda de la comodidad sea uno de los atributos del viajero...
Habrán pues más paisajes y ¡ojalá! conversaciones.
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