martes, 29 de noviembre de 2011

La fogatilla de las vanidades

Volví de Toronto como quien vuelve de Neptuno. Salí de nuestra casa que no era nuestra casa y volví a nuestra casa que no es nuestra casa. Ya era día 18¡Menos mal que me di cuenta unos días antes de que la fecha de salida no coincidía con la fecha de llegada! Evité así ser un Phileas Fogg de suerte invertida.

Sin tener que ponernos dramáticos, el descubrimiento sí que devino en contratiempo pues tuve que coger un tren directamente desde el aeropuerto y, de esta forma, no pude subirme el coche que quedó solitario en los suburbios de la capital.

Llegué a las diez de la noche con el jet lag en todo lo alto gracias a la resaca del lormetazepam. Curioso el mundo de los hipnóticos: uno siente que vive en la realidad, que domina el presente hasta que pasan los días y se da cuenta de la usurpación del yo mismo, de cómo la impregnación química convierte lo recordado en una realidad muy distinta a lo verdadero. Todos las personas medicadas con psicotropos lo conocen...

Sábado por la mañana de vuelta al trabajo. Me fue imposible cambiar el turno ¡Qué difícil es pedir favores cuando uno no se siente útil! El segundo aterrizaje en la pista de la crispación fue suave, los primeros compases falsamente apacibles. Pronto llegó la obligación con su indiferencia por las circunstancias personales y me exigió respuestas, eficacia, solvencia...dudas, aplazamiento, zozobra: a veces los resultados opuestos sólo dependen del estado de confianza. Me salvo mi amiga L que atenta, conocedora, se percató de la situación y actuó generosamente. Siempre queremos separar nuestra vida emocional del trabajo, pero lo cierto es que tener un buen amigo en el trabajo puede salvarte de la quema.

El lunes de vuelta al curro. Comenzamos con reunión de grupo. El jefe plantea la necesidad de un cambio radical desoyendo a San Agustín; sí, es tiempo de tribulación y, al parecer, también de cambio. Pasa uno por uno por todos los miembros del colectivo, ensalzando y exigiendo, cal y arena, caricia y colleja...artera estrategia del exprimidor que ya no puede ni ocultar intenciones. He dicho todos, pero no es del todo cierto. A R le ignora. A mí me felicita por haber tomado la decisión de irme. El fracaso no puede ser un motivo de felicidad. Por ello creo que lo único que hizo fue proyectar su propia satisfacción en mi persona. No es novedoso, es el último paso del jíbaro que va reduciendo cabezas hasta lograr, como en este caso, el éxito rotundo y final de la invisibilidad. Se cerró el círculo: la autoestima profesional descansa en tu obra y en el reconocimiento de los iguales. Sin ambas no era más que un número. Y odio los números.

El martes quedé con mi familia política para cenar. Feliz reencuentro y la sempiterna disposición de mis suegros por ayudar.
- Coge mi coche mientras no te bajes el tuyo -me dijo C- Lo necesitas para el trabajo.
- Gracias C.

Lo dejó en doble fila y me dio las llaves. Simplemente lo tenía que aparcar. Me despedí de c conversando sobre el cambio automático y las dificultades para revolucionar el motor en los adelantamientos.
- No, definitivamente prefiero las marchas.

Arranqué, di la vuelta a la rotonda y me dispuse a aparcar. Enfilé el hueco en batería y aminoré la marcha. Sin embargo, el coche no terminaba de pararse. Confuso, mi cerebelo, no acertó a recordar el papel del embrague tras 3500 kilómetros por Quebec en coche automático y, fatídicamente, corrigió mi estrategia psicomotriz levantando el pie del freno y pisando el acelerador. Obviamente el bordillo fue una anécdota. No así lo fue la columna de los juzgados contra la que irremediablemente me estampé.

Retiré el vehículo comprobando con alivio que el motor arrancaba y, sobre todo, que nadie me había visto. Recogí los restos del parachoques y empecé a reírme. Luego se me quitaron las ganas de reír y ahora, que tengo que recoger el coche del taller, no tengo ni pizquita de ganas de hacerlo. Ni que decir tiene que no se lo he contado a nadie y que, de hacerlo, sólo lo haré a las mujeres de mi familia política pues creo que los hombres, por cariño que me tengan, nunca podrán dejar de verme como un hombre fallido si se enteran de esta historia.
Ya en la cama evoqué mi otro accidente. Recordé que la otra vez que choqué fue en unas circunstancias muy parecidas: una mezcla de inseguridad vital y de absurdo que me mostró que tocaba cambiar de raíl.

El jueves volví a trabajar. Esta vez no me equivoqué...creo.

El viernes de nuevo reunión de grupo. El jefe se explayó en la crítica a L y sus semejantes por su desidia y su orgullo.
- Por su bien, es necesario apretarles las tuercas.

Casi sin voz, casi sin rostro, casi sin historia dentro del grupo, me decidí a hablar. Junté toda mi memoria y toda mi honestidad para abjurar de aquél sanedrín hipócrita. Mi último rescoldo de dignidad fue interrumpido con la sequedad de un hueso que se parte:
- Vamos a dejar el tema porque no merece la pena discutir -me despachó.

Al salir de la reunión otro compañero, el más vil de todos, me reprendió por mi conducta. Entendí en qué lugar estaba. Cuando el último de la fila de la honradez se veía con fuerza para exhortarme a rectificar, cuando lo hizo con premeditada publicidad alzando la voz para que todos oyeran su reproche, cuando nadie se giró para mediar y ponernos a cada uno de nosotros en su sitio, en ese preciso momento, comprendí que ya no existía. Al menos en ese medio, en ese hábitat, en esa logia...

Luego me tocó trabajar. Lo hice sereno, mucho más tranquilo que en los días previos. Mi derrota ya había terminado. Tocaba volver a empezar. Llamé a Y, una antigua cliente, para preguntarle cómo estaba. Se alegró mucho de oírme. Sabía que iba a hacerlo. Por eso la llamé. Soy plenamente consciente de que, para empezar de nuevo, tendré que recurrir a los buenos sentimientos. A los tiernos e ingenuos buenos sentimientos que nos devuelven la cualidad de personas. La persona, la esencia de cada uno de nosotros. Nuestra última e inequívoca ración de verdad a la que nunca podemos renunciar. Y es por eso que el mero hecho de verla amenazada justifica por sí solo que juntemos todo nuestro presente para hacer una gran pira en la que quemar las vanidades y junto a ellas, como no, también, los resquemores.

Y con las cenizas recogidas recordar satisfechos a Leonard Cohen cuando dice:

" Poetry is just the evidence of life.
If your life is burning well,
poetry is just the ash"

1 comentario:

  1. o sea que no te quedaste callado y dejaste que el agua pasara.... quizás algo pronto... pero es que si no se hace uno no es uno mismo!!!!

    En esas divisiones binarias de personas cabe una importante, los que dicen lo que piensan y los que no.
    Casos; solo cuando te conviene, porque no piensa, o tarde , o pronto.
    Pero yo, y creo que tú somos de los que de cualquier manera terminamos diciéndolo, Claramente del primer tipo aunque sólo sirva para confirmarnos la derrota como en este caso.
    No vale para nada más que para no engañarse pero al final decir lo que se piensa siempre es una victoria.

    ResponderEliminar