lunes, 9 de julio de 2012

La yerbabuena

Cerramos la puerta cogiéndola los dos por el pomo y mirándonos en silencio cómplices y emocionados. En el golpe de aquel portazo retumbaron todas las historias atesoradas a lo largo de los últimos tres años en la pérgola y, con ellas, los retratos de tanta gente querida que se desvanecieron como lo hacen los reflejos en el agua cuando lanzamos una piedra. Lo malo de estar vivo es que somos una fábrica insaciable de pasado. Lo bueno de estar vivo es que el pasado no se despeña abruptamente, sino que engarza con nuevos presentes.

Nosotros somos privilegiados. Nuestra marcha es consecuencia de nuestros deseos y nuestro destino fue durante mucho tiempo nuestro primer objetivo; una vez más: somos privilegiados.

Saliendo del edificio pensamos en todos aquellos que tuvieron que partir sin desearlo. Los emigrantes de Alemania, Suiza, Francia, Argentina, Venezuela, Colombia, Méjico...Evangelina con su pronunciación híbrida, el padre de Puri, la madre de Pili, los que conocimos en Orleans durante el interrail...tantas, tantísimas personas que tuvieron que partir dejando detrás un vacío en el que se secaron los limoneros y los nísperos.

Ahora, después de leer esta nota de Emilio (¡tiene algo de capítulo del Principito, quizás esa mezcla de alegría y tristeza...!), nos damos cuenta de que la verdadera finalidad de la fiesta fue repartir nuestras queridas plantas entre los queridos amigos. Los cactus en mis botas de explorador neófito, las alegrías, la gervera que sobrevivió a la calima, las flores de pascua, gemelas, en manos de Julia y Laura, nuestras hermanas mellizas, las albahacas, los aloes vera, la palmera en el cubo de Ikea venciendo resistencias con la sonrisa de Mamen, las margaritas, las gitanillas, los potos, la enredadera, las guindillas a Las Pilas, el perejil, las clavelinas y, en el último momento de la fiesta, gracias a una conspiración de gente buena, el limonero y el níspero con rumbo a la alameda.

Quedamos satisfechos pero no felices: todavían quedaban las últimas plantas aguardando su sentencia de olvido en la que fue nuestra última noche en la pérgola. El viernes recogiendo la casa las mirábamos con sentimiento de culpabilidad, pero estábamos tan cansados que decidimos dejarlas...

En esas llegó Maria José y se llevo un par de potos, luego Juan se apiadó del hibisco -la primera planta que compré al llegar a Sevilla-. Finalmente, un segundo antes de cerrar la casa, nuestra vecina de en frente se asomó al rellano para despedirse:
- ¿Te gustan las plantas? -le preguntamos.
- Sí, me encantan-contestó.
Y en un periquete el jazmín, la begoña de Rodeca, la planta de interior de Mariví y la otra del salón , regalo de una paciente, cruzaron el edificio hasta la terraza que da a los juzgados.
Ya sólo quedaba la yerbabuena...

Llegó sana y salva a su nueva terraza y desde ella, mientras escribo estas palabras, me dice que os dé recuerdos a todos vosotros y a todas las que fueron sus compañeras de terraza de su parte. Y de paso, lanza una vaharada de su fragancia en la que viajan en dirección al sur nuestra gratitud hacia todos vosotros y nuestro sentimiento de profunda alegría por saber que las amigas de la yerbabuena están en manos de nuestros amigos, nuestros queridos y admirados amigos.

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