lunes, 23 de abril de 2012

A.

La lluvia de nuevo. Y eso que el tempranero día había amanecido luminoso y con un cielo azul primavera que invitaba al optimismo. "Lástima que aquí la primavera no huela"-piensa mientras se dirige al metro. Baja las escaleras mecánicas con el trote cansino de los que van sin querer ir, sabedora de que la primera batalla del día a día se librará en los ándenes de la Northern line.

Tras dos intentos, logra subirse al filo del pescante del vagón y en la suerte de Maria Mercedes esquivar la puerta cerrándose. El vagón arranca, los ocupantes se balancean como un único cuerpo informe. "Parece que llevara atrapada en este vagón dos años...y sin embargo me muevo" ¿Me muevo? A veces es mejor no hacerse preguntas fuera de la rutina, no vaya a ser que el silencio nos enfrente a nuestro rostro.

En Victoria, como todos los días, se encuentra un hormiguero organizado de gentes dispares que van y vienen y vienen y van sin percatarse de que un cuervo negro como el presente se ha posado en el carrito donde los ejemplares del diario gratuito blasfeman la actualidad. Ella tampoco logra ver al cuervo, pero entre la sinfonía de sordos zapateos atropellados si distingue unos graznidos que parecen preguntarle ¿te mueves?¿te mueves? A veces es mejor no escuchar a las bestias no vaya a ser que nos digan las verdades.

Se coloca el delantal verde, se apoya sobre la barra y respira hondo, como si lo hiciera por última vez, antes de preguntar "How can I help you?" Desde su trinchera de franquicia se concentra para no desesperarse con la monotonía de su trabajo..."¿he dicho trabajo?...Sí, eso es lo que he dicho y, al mismo tiempo, lo que me convierte en "privilegiada"". Uno tras otro despacha con eficacia las sonrisas inhabitadas de los clientes mientras piensa "Tener una sonrisa continua es lo mismo que no saber sonreir. Y lo peor de todo es que se me está pegando"...

-How can I help you.
-Latte americano.
-Here you are.
-Brilliant.

A través de la puerta de cristal, la lluvia empapa con desidia las aceras estrelladas. Un cuervo negro como el azabache se detiene desafiante y le lanza otro graznido, si bien, a diferencia de los previos, éste le resulta extrañamente familiar, como si en el camino desde la garganta emplumada hasta su oído hubiese cobrado la resonancia del lenguaje, la consistencia de los silencios creando palabras y, finalmente, la macabra pirueta de una entonación curiosa que cristaliza en forma de afilada pregunta "¿Cuánto tiempo hace que tienes esa mirada?... A veces es mejor no hacer negocios con el pasado.

Todavía se acuerda de los primeros días, cuando la lluvia era un motivo de risa y las impenitentes sonrisas todavía no eran taimadas. Las primeras semanas fueron un continuo ir y venir por la estación de Victoria con las ojeras felices de los que acaban de descubrir un tesoro. Lo recuerda como algo parecido a aquella vez que se enamoró de un chico del pueblo de al lado ¡Nada importaba!¡No existía el sueño!¡ni el hambre!¡ni el derroche! Ja, je, ji, jo...Pero al cabo de cuatro meses, todo empezó a cambiar. Ella necesitaba evolucionar y él sólo le admitía un camino hacia la felicidad que implicaba sueño, hambre y derroche. Máldita manía esta de las personas de necesitar ser dinámicas, de necesitar tener un proyecto, un horizonte que justifique el pasado y descubra un futuro. Dos años duró, dos años...como casi todos los españoles que vinieron a Londres.

- Large capuccino and choclolate muffin.
- Just a moment please.

No pienses, no pienses tanto, no vaya a ser que tu pensamiento acierte. Sonríe, sonríe con esa cortesía plastificada que te han enseñado; lo mismo te vale para agradar a los clientes que para engañar a la vida. De nada sirve andarse con sinceridades ¡la verdad hiere! Es mucho mejor que nadie sepa lo que piensas, que nadie sepa lo que sientes, que nadie sepa lo que quieres, lo que amas, lo que odias...no vaya a ser que estés demasiado vivo. Rodéate de un silencio hueco donde las palabras no tengan resonancia, donde la sordina oxidada no se pueda retirar de la trompeta que entona la canción de los sentimientos.

- Here you are.
- Wonderful!

La jornada llega a su fin. El encargado hace el balance de la caja y reparte dividendos con sonora autocomplacencia. No está mal pero...¿está bien?

De vuelta a casa en el 88, se sienta en el piso de arriba y divisa desde la primera fila de asientos las hileras de adosados de Stockwell con sus perros de raza apostados en las puertas defendiendo lo ajeno. Porque tener una casa en Londres siempre será un sueño ajeno, por no decir enajenado.

El autobús se detiene en el cruce con Clapham high road y un gran árbol con brotes verdes, de los de verdad, lo acaricia con sus ramas. Dos puntos negros brillan en la oscuridad, negro sobre negro sobre negro y sin embargo puede reconocer perfectamente la silueta del cuervo que ya ni se molesta en graznar pues sabe que con la mirada le basta "¿Qué vas a hacer esta noche? Es sábado y tu eres joven ¿recuerdas?" A. intenta sonreírle a la manera de los nativos, pero no le sale, ni por asomo le sale...como mucho logra una mueca que al final se derrumba levantando una polvareda de hastío de la que le sale un graznido bastante parecido a un ¡vete a la mierda!

Ya en casa hace cuentas: alquiler, luz, agua, gas, internet, council tax, pechuga de pollo a la plancha, agua, facebook y a la cama. A la cama, pero no de cualquier manera: a la cama agotada, vencida, derrotada...¡Cómo maldice el paro!¡cómo maldice a los políticos!¡Cómo maldice a España? Y todo eso a pesar de que siempre le recordaron que ella (que ellos, que nosotros) no tiene derecho a quejarse...

Al día siguiente, a las 5 -¡eran las cinco de la mañana!- de nuevo se encamina hacia el trabajo. Esquivando fantasmas que huelen a diversión fermentada consigue alcanzar la esquina de Clapham Common. Y por supuesto allí estaba, picoteando en un vómito con la misma indiferencia con que picoteaba en el presente de A., el cuervo negro, negro como el azabache, disfrazado de heraldo del ahora.

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