jueves, 7 de abril de 2011

Sin título

Ahora que llevo en la tundra demasiado tiempo como para contarlo, jugaré a dejar volar la imaginación...Vamos allá, cuesta un poco desentumecer -¡rutina mata!- pero lentamente las alas empiezan a mover el aire y los pies se vuelven ligeros...el centro de gravedad sube hasta el cuello y, cuando me quiero dar cuenta, ya estoy suspendido con los ojos abiertos o cerrados o ¡yo qué coño sé!

Es Martes y no toca trabajar (he dicho que voy a imaginar). Noto como el alba viene más cálida de lo normal. Bajo. ¡Humm, tostada con jamón! Me la ha puesto el camarero mudo sin ni siquiera haberme preguntado. Cojo el coche y me pierdo, desde el primer kilómetro me pierdo para que quede claro que esa era mi primera y única intención. Asciendo por alguna carretera de sierra mentirosa que serpentea entre las moles de granito. El cielo gris plomizo como si se fuera a caer encima de nosotros. Viento de levante dando nombre a los puertos y un absoluto silencio. Hago camino sin prisa hasta llegar a un pueblo perdido. El pueblo es de una sola calle y en el nace un río. Busco un restaurante por vagas referencias y al pasar por segunda vez por la calle principal, un hombre que circula en sentido contrario me hace señas. Bajo la ventanilla.
- ¿Te has perdido? Como te he visto pasar dos veces...
- No - respondo cual Páramo tragabuche.

Paro a comer que ¡hasta en las imaginaciones pasa uno hambre! Un cocido con tocino y dos huevos fritos con la yema naranja como si fuera el sol atardeciendo con patatas, naranja todavía sabrosa.
- Ocho euros.
- Sí -respondo ya desde la siesta.

Recupero distancia. Reconozco el camino aunque cuando llego al desvío la carretera no existe más. Las lluvias la han derrumbado. "Yo he venido para entrar" imagino que me digo. Me cuelo por la valla, túmulos y túmulos, una oveja con dos corderillos y un arco medio derruido...pero yo no voy a eso, yo voy a alcanzar el punto geodésico que se divisa desde allá abajo. Lo alcanzo renqueante por el esguince que me hice cuando imaginaba que todavía era joven. Sobre mí el cielo se cierne como un enfado de dioses y el viento arranca carreras de seres imaginarios por los campos de cereal. Abro el libro y leo:

Los dos están días enteros

con poca luz y sin hablar.

Hoy cada paso, ya sin sueños,

lo empuja el viento de otros pasos

en dirección a ningún sitio.

Bajo la piel se va marcando

con impudicia el esqueleto:

cuanto posee cada uno

va reflejándose en los ojos

del otro,donde ya no lucen

más que el recuerdo y la venganza.

Puestos de cara a la penumbra,

dando la espalda a la ventana,

nunca han estado así de juntos:

como si fuese un gran amor,

el odio puede mantener a raya

hasta a la propia muerte.


Giro 360 grados y no encuentro obstáculos al horizonte. Inicio la vuelta cuando un susurro me llega por el oeste y me dice:

- Nos vemos aquí el día más largo del año, ante mí, el testigo eterno de la vida, antes de la fiesta pública. Trae los símbolos y diles a los buenos amigos que estén presentes.


Retorno a la legalidad pero sigo imaginando. Todavía no quiero volver a la realidad. Por eso ahora entro en un pueblo invisible y por sus estrechas calles encaladas viro a izquierda y derecha hasta encontrar en su corazón sepultado un río corriente. Me pido un mosto y veo como un cliente mudo y hemipléjico se acerca a la barra y levanta las cejas; la camarera ¡otra vez sin necesitar palabras! le sirve un plato de ensaladilla.


Ya es la hora. Regreso a mi tundra y me encuentro con un cielo de arena que permite mirar al sol sin que deslumbre.

- Acuérdate de nuestro pacto -le digo.

Y guiñándose como un ojo se pierde por el horizonte que marca el fin de esta fantasía.


PD: No sé si será otra jugarreta de mi imaginación, pero lo cierto es que esta mañana me he encontardo un libro de Joan Margarit en el bolsillo de mi chaqueta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario